Algunas consideraciones sobre etiopatogenia oncológica.-
Hoy día sabemos que
en toda célula cancerígena existen abundantes alteraciones genéticas que se
pueden visualizar como alteraciones cromosómicas, y que alteran profundamente
el mecanismo regulador de la multiplicación celular, quedando ésta desbocada,
sin ninguna clase de freno, originando la más completa anarquía celular que
identifica a la célula maligna. Aún recuerdo la primera imagen histológica que
ví de una masa carcinomatosa hepática en un corte teñido con
hematoxilina-eosina, en una de mis
primeras lecciones de Anatomía Patológica en la Facultad. Múltiples citoplasmas con gruesos núcleos ,
agregados sin orden ni concierto, sin
estructura alguna, salvo la de un amasijo celular desprovisto de vasos y de nervios, como un crecimiento monstruoso
sin orden ni función, y lo que es peor sin barreras de contención.
Existen agentes mutantes cancerígenos químicos, como lo es el
benzopireno, otros virales que son responsables de algunos tipos de papilomas,
otros ambientales como lo son las radiaciones ionizantes y por último otros
degenerativos en los que se encuentra como causa el natural agotamiento de una
larga vida llena de agresiones por radicales oxidantes. Todos ellos pueden destruir
los frenos reproductivos celulares a través de cambios genéticos inducidos. En
caso de vejez la célula ha tenido un desgaste
por numerosas agresiones externas sucedidas y sus nucleótidos han
perdido su natural influencia en el proceso de control reproductivo. Tanto ocurre así, que no falta quien piensa que el cáncer de próstata del varón no
es una simple enfermedad, sino el proceso normal de “exitus” , es decir que acabaría
padeciendo cualquier individuo si la vida se prolongase lo suficiente.
Los procedimientos que utilizamos para luchar contra el
cáncer son, como todos sabemos,
quirúrgicos, químicos (quimioterapia) o ionizantes (radioterapia). El primero en importancia y eficacia es la cirugía temprana . Los dos últimos tratan de eliminar a las células enfermas, procurando lesionar lo
menos posible a las células sanas, lo que no siempre es posible.
No obstante hemos de subrayar que existe también un factor
natural que puede llegar un buen aliado para conseguir la curación
del tumor.: la inmunidad.
Es la inmunidad el arma eficaz que nos hace vencer a una infección
invasora bacteriana dotada de extraños antígenos transcurrido un tiempo,
mediante la fabricación de anticuerpos
selectivos. Siendo la célula cancerígena muy similar a la normal, de la que se
diferencia por muy pocos y aislados rasgos bioquímicos, es por lo que el
organismo tarda su tiempo en llegar a
efectuar las oportunas defensas frente a aquella. Aquí podríamos
también llegar a pensar como en el caso mencionado del “obligado” cáncer de
próstata, que también pòdría llegar a ser cuestión de tiempo el que el organismo aprendiese a
combatir con eficacia sus propias degeneraciones cancerígenas. Mas no ocurre casi nunca así.
Esto, sin embargo, se observó en otro caso de enfermedad maligna que
sorprendió mucho a nuestra anterior generación médica. Me refiero al linfoma de
Hodgking que era considerado un proceso realmente maligno cuyo pronóstico no
era nunca mayor de tres o cuatro años de esperanza.. No obstante se luchó contra ello,
se trató de mejorar con corticoides, y tratar con antimitóticos como mostazas nitrogenadas, el leukerán
o el clorambucil, para así alargar en lo
posible la vida del paciente. Asociados con la
radioterapia se fueron consiguiendo
otros quimioterápicos mucho menos tóxicos que permitían protocolos más constantes y
llevaderos, de manera que, poco a poco, se fue prolongando la supervivencia
hasta los 10 o 15 años, por lo que ya se hablaba de curaciones prácticamente
totales. La inmunidad pudo al fin vencer a aquel cáncer linfático, gracias al saber ganar
tiempo mediante una prudente terapia paliativa.
Fueron curaciones en las que el nivel de anticuerpos
antitumorales creció lo suficiente para
imposibilitar la producción de
metástasis humorales.
También comienza hoy a apreciarse un fenómeno antes
muy poco usual: el que un individuo se acabe curando de una clase determinada
de cáncer, pero, en cambio, pueda sufrir una posterior aparición en otro lugar diferente de otro tumor antigénicamente diferente.
Sabemos hoy que, antes que las tardías defensas humorales
nos ayuden contra invasión tumoral, existen las defensas tisulares, las “killed cells”, o células asesinas. Son
éstas la policía secreta, los macrófagos que se ocultan en todos los tejidos
observando a las demás células y eliminando a cuantas presentan caracteres antigénicos no reconocidos, como lo son parcialmente las células oncológicas. ¡Cuántas veces, probablemente, habrán mediado
quizás estas benditas células salvadoras en nuestro organismo para impedir la
producción de un cáncer in situ.! . El problema es que la inflamación o
proliferación cuando se hace frecuente o continua las va desgastando y agotando. Por eso si
queremos prevenir la formación del cáncer deberíamos de impedir toda clase de
inflamación crónica, sea en bronquios (fumadores), sea en estómago (gastritis), sea en colon o recto
(diverticulosis y proctitis), o sea en tejidos de frecuentes cambios hormonales
proliferativos como lo son la mama, el endometrio o la vagina.
Es un gran motivo para nuestra esperanza, sea como médicos o
sea como pacientes, el hecho de que a medida que la prevención es mayor, que la
cirugía es más precoz, a medida que la quimioterapia y la radioterapia son más
selectivas y menos lesivas se vaya venciendo al cáncer. Nos ofrece la
investigación nuevos recursos paliativos y pensamos que en un futuro próximo la
inmunología nos ofrecerá, aparte de su vertiente diagnóstica tumoral, otra
vertiente terapéutica que será realmente
eficaz.
Epicuro 2017