En la
"solución" que para algunas personas ha supuesto la auto-lisis, emerge el peor de los errores a cometer por el ser humano. Si la vida terminase
con este acto podríamos tildarlo de simple cobardía ante una situación límite,
pero lo cierto es que, pese a la aparente gravedad de cualquier circunstancia
previa, el error es intentar enmendarla con otro daño muy superior. No pretendo
ser moralista ni juzgar hechos, ni culpar a nadie, tan sólo subrayar la
extremada gravedad ética de tal proceder. Y digo gravedad moral porque el
suicidio es , aparte de una carencia de fe o esperanza en Dios, es una total falta de caridad para con uno mismo y para con los demás, parientes y
amigos, a quienes también notablemente se traumatiza, escandaliza y compromete.
No obstante, en buena parte
de los casos que ocurren, el individuo no es libre, o como se dice
vulgarmente: "se le han cruzado los cables". Éste puede ser un juguete de unas
circunstancias humorales, como ocurre en la depresión endógena, o por claudicación ante intensas causas externas, como a veces son la vergüenza, la pérdida
de la fama o la honra. Otras veces la razón exterior es un temor
insalvable hacia el dolor de una enfermedad, ante un diagnóstico maligno, o ante el pánico propio de una
sentencia de cárcel.
En la psicosis depresiva, no
existen razones aparentes, no hay causas externas suficientes, pero las hay internas : un déficit continuo del neurotransmisor serotonina.. El individuo llega a odiarse a sí mismo y a castigarse,
considerando que no vale la pena la vida propia, ni , a veces tampoco la de sus seres más queridos. Este desequilibrio cerebral hoy día,se puede evitar con el
oportuno y constante tratamiento farmacológico de un experto médico o psiquiatra.
Entonces...¿Quien puede
juzgar un suicidio..? .- Nadie.
Por eso nosotros no
podemos ni debemos juzgar el cataclismo personal que supone el suicidio,...no
somos quienes. Simplemente debemos saber que se trata de un fallo gravísimo contra uno mismo y un crimen para la conciencia de los allegados que siempre se han de sentir atormentados por esa lamentable página de una vida perdida inútilmente.
Hemos de tratar también
de amortiguar, en la medida de lo posible, la culpa social del suicidio, su
carga vergonzosa, su escándalo, atribuyéndolo con sentido común a la enfermedad
psíquica presente en la mayoría de
los casos. No hemos de amplificar el escándalo con opiniones, críticas o difamaciones que son caldo de cultivo para que mentes inmaduras lleguen a imitar tal notoriedad, porque realmente el suicidio es contagioso para toda mente inmadura. Por todo ello, ante el
suicidio sólo caben la discreción y la oración, si somos creyentes, por el
alma del desgraciado.
No quisiera despedirme sin
una última observación sobre la figura del suicidio terrorista, tan de moda en
el espacio cotidiano informativo. Los llamados mártires islámicos, terroristas
suicidas prefabricados en el laboratorio de lavado de cerebro de algún falso profeta, degenerado y sin escrúpulos. Ni son mártires, ni son islámicos. No son
mártires de ninguna clase, porque tan sólo es mártir el que arriesga o entrega
su vida para salvar a otros, y no para matarlos. No son islámicos,
porque precisamente el suicidio es considerado sin paliativos en la verdadera
religión de Mahoma como uno de los peores pecados dignos del un infierno eterno.
¿Que son? .- Simplemente ejecutores de una acción producto del engaño por parte de otros falsos y cobardes consejeros, que no se arriesgan en
absoluto.
Frente a todos los que se suicidan
para matar a otros emerge la generosa figura de los que arriesgan su vida para
salvarlos. Recuerdo la figura heroica del cuerpo de bomberos de Nueva York en el
11-S, en él muchos de ellos perdieron la vida por intentar proteger la de otros inocentes ciudadanos. Estos sí que fueron verdaderos mártires
del bien. Para ellos nuestra admiración y respeto. Para los causantes de
cualquier suicida agresión nuestro más sincero desprecio.
Epicuro 2019